La nueva economía keynesiana busca dotar al keynesianismo con un fundamento microeconómico de apoyo. Esta doctrina contemporánea surge como respuesta a las críticas del Keynesianismo recibidas por la nueva macroeconomía clásica (NMC).
La nueva economía keynesiana comenzó a finales de los setenta cuando los primeros fundamentos fueron establecidos por economistas como Stanley Fischer, Edmund Phelps y John Taylor. Uno de los economistas más destacados de esta doctrina es Gregory Mankiw.
El principal objetivo de esta doctrina es tratar de explicar por qué los cambios en el nivel de precios agregado son rígidos. Mientras que en la nueva macroeconomía clásica las empresas competitivas tomando una decisión en la cantidad a producir, y no a qué precio, en la nueva economía keynesiana las empresas monopolísticas competitivas establecen sus propios precios y aceptan el nivel de ventas como una restricción. Desde el punto de vista de la nueva economía keynesiana, dos argumentos sirven para explicar por qué los precios agregados fallan al intentar imitar la evolución del Producto Nacional Bruto. Uno de ellos es usado por ambas corrientes, que se basa en asumir que los agentes económicos, las familias y las empresas tienen expectativas racionales. Sin embargo, la nueva economía keynesiana considera que las expectativas racionales desaparecen al surgir el fallo de mercado debido a la información asimétrica y a la competencia imperfecta. Como los agentes económicos no pueden tener una perspectiva completa de la realidad económica, su información es limitada, y no hay razones para creer que otros agentes cambiarán los precios, y por lo tanto mantendrán sus expectativas inalteradas. Las expectativas son una parte crucial para la determinación de los precios, ya que al permanecer inalteradas, los precios no cambian, lo que lleva a la rigidez de los precios. Para las empresas, la rigidez de precios también puede venir de lo que se conoce como costes de menú, que son los costes que se derivan de un cambio de precios.
Como resultado de esta rigidez de precios, que implica un ajuste lento de la economía y que puede llevar unos niveles indeseados de desempleo, la intervención estatal está justificada para estabilizar la economía, usando tanto políticas fiscales como monetarias. Sin embargo, esta intervención debe ser mínima, mucho menor que la apoyada por los predecesores de la nueva economía keynesiana, la síntesis neoclásica.