Un tipo de cambio fijo es un régimen cambiario bajo el cual la divisa de un país se fija con respecto a la de otro país, a una cesta de divisas o a otra unidad de valor como el oro. La autoridad monetaria de un país determina el tipo de cambio y se compromete a comprar o vender divisa doméstica a ese precio. Para mantenerlo, el banco central ha de intervenir en el mercado de divisas y cambiando los tipos de interés.
El mejor ejemplo de esto es el patrón oro desde 1879 a 1914, donde el valor de la mayoría de las monedas estaba denominado y expresado en términos relativos al oro. Encontramos otro ejemplo en el sistema de Breton Woods, desde 1944 a 1973, donde el dólar estadounidense fue el activo oficial de reserva, y las divisas estaban relacionadas a este.
Los sistemas cambiarios fijos normalmente traen estabilidad a la economía real ya que reducen la volatilidad y las fluctuaciones en los precios relativos. Además, eliminan el riesgo de tipo de cambio. Sin embargo, la principal desventaja es la imposibilidad de ajustar la balanza comercial y la necesidad de los gobiernos de tener una reserva de divisas extranjeras para defender el tipo de cambio fijo.
La siguiente figura muestra los diferentes regímenes según cuatro variables: la flexibilidad del cambio, la pérdida de una política monetaria independiente, el efecto anti inflación y la credibilidad del compromiso del tipo de cambio.