La ley de Say es un principio de economía clásica atribuido al economista francés Jean-Baptiste Say. Se basa en la sencilla frase “los productos son pagados con productos”, como Say escribe en su “Traité d’économie politique” (Tratado de economía política) de 1802. Una de las limitaciones de esta frase es que no puede haber ni sobreproducción ni desempleo. Más tarde, en 1808, el economista escocés James Mill (padre del conocido John Stuart Mill), la reformuló de la siguiente manera: “la producción de mercancías crea […] un mercado para las mercancías producidas” y J.M. Keynes afirmaría en su “Teoría General” de 1936 que “la oferta crea su propia demanda”, que es la reformulación más conocida.
Esta ley se convirtió en la pieza central de la doctrina clásica e incluso más importante en la economía neoclásica. Sin embargo, la ley de Say fue muy criticada. Una de las primeras críticas fue hecha por Robert Malthus, quien mantenía que los capitalistas no reinvertían todos sus beneficios sino que tendían a guardarlos. Keynes la criticó durante 1930 cuando fue evidente que la ley no era eficiente, indicando que una preferencia por acumular dinero para consumir podría ocurrir, conocido como preferencia de liquidez. Esta ley sería retomada más tarde por el monetarismo y en la nueva macroeconomía clásica.